Testimonios

 

Silverio Pérez, el diestro que cambió las leyes del toreo

Guillermo H. Cantú / Noviembre 2009

 

Escribir con brevedad sobre la compleja personalidad de Silverio Pérez y de su contribución a la tauromaquia universal es un compromiso tan intrincado como ineludible. Pero ¿cómo callar el efecto que producían las esencias humanas y artísticas del torero más profundo que ha nacido en este país?

 

Silverio se enfrentó a públicos bravos y a seguidores espontáneos ambos exigentes porque en ese momento él era el representante más genuino de la torería nacional. A ambos grupos les arrancó sin recato las lágrimas más copiosas y la entrega más incondicional de público alguno.

 

Esa era la profundidad que lograba Silverio con su arte. Desde que aparecían los matadores en puertas de cuadrillas empezaba la comunión del sentimiento: “Arriba Compadre, eres lo máximo, contigo al cielo tormento, príncipe milagro, a ver quién puede con él”. Y él en vez de agradecer el clamoreo se sumía en sí mismo, bajaba la cabeza y con modestia la movía como diciendo: no, no, no puedo… Pero sí podía y el público lo sabía, de ahí brotaba su algarabía. Luego, ya en la faena, empezaban a brillar sus destellos, metido en su alma y en su origen trasteaba al toro con una cadencia pegajosa. El astado embebido en el engaño seguía el ritmo del torero, disminuyendo su velocidad y elevando el encuentro a la prolongación del peligro.

 

Silverio cambia las leyes del toreo con las innovaciones de su arte. Empezaba bajando mucho el engaño, forzando al astado a detener su embestida y haciendo del temple un fundamento preciso que detenía y alargaba el ímpetu del toro. Con esta ejecución evitaba que los pitones alcanzaran el trapo y lo testerearan. Así, nace el nuevo paradigma cimentado en un trasteo dominador y armonioso. A partir de este hecho original, instrumentado como norma, no como hallazgo, el toreo remontó nuevas alturas. Sin este nuevo requisito la suerte se frustraba y la gente fraccionaba su ole colectivo. Antes de Silverio los toreros dejaban involuntariamente que el toro les enganchara el engaño haciendo que la suerte desluciera. No para Silverio que lo fue llevando poco a poco hasta el extremo haciendo que el “oooole” retumbara interminablemente en la grada saboreando extasiado la sensualidad percibida.

 

Precisión, ajuste, lentitud y por consiguiente prolongación del peligro fueron los más grandes atributos que distinguieron a Silverio en su vida taurina.

 

Silverio jamás alardeó de sus innovaciones tauromáquicas. Callado, sencillo, sin pretensión alguna, peleaba en el ruedo con sus alternantes sin pelear y así ganaba, lo cual lo hizo misterioso, incomprensible, una rara mixtura de los más recónditos atributos de su raza y, finalmente, mágico al ver cómo el público se le entregaba. Así fue Silverio, un Faraón, el indiscutible Faraón de Texcoco.

 

 

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