Biografía

Esta soy yo "Pachis"

PachisMa. De la Paz Domínguez Jimeno nació el 17 de septiembre de 1920 en Puebla, Pue. Fue la tercera hija del Lic. Enrique B. Domínguez y de Doña Consuelo Jimeno y Gómez de la Cortina. Sus hermanos fueron: Consuelo Domínguez Jimeno y el Cap. Enrique Domínguez Jimeno.

 

Pachis y Silverio se conocieron en el año de 1932 pues formaban parte de la misma “palomilla” que en aquel entonces se reunían a tocar guitarra, a cantar y disfrutar

Al regreso de Silverio de su estancia de año y medio en España, se reencontraron iniciando un noviazgo.

 

El 24 de junio de 1938 Pachis y Silverio celebraron su matrimonio religioso siendo padrino de bodas el Maestro Fermín Espinosa “Armillita”.

 

Pachis y Silverio tuvieron seis hijos y 12 nietos: Silverio, Silvia, Marcelo, José Antonio (fallecido), Consuelo y Ana Laura los hijos y Gregorio, Sylvia Ma., José Antonio, Silverio, Alberto, Luis, José Luis, Marcelo, Alejandro, Marcelo, Carlos, Paula, Marco Antonio.  Al morir tenían contaban ya con tres bisnietos: Arianne, Aitana, Lionn.

 

Su pasión por la lectura la condujo a adquirir una gran cultura.

 

 

Escribió dos libros. Espinas y Claveles (inédito) y Mi Silverio Pérez, Faraón y Hombre. Durante tres años escribió para El Redondel “Yo Pachis, Yo Silverio" lo que aún disfrutándole tanto tuvo que dejar de hacer por empezar a tener algunas deficiencias físicas.

 

Falleció el 14 de noviembre de 2005. Sus restos, junto con los de Silverio, descansan  a los pies de la Virgen de Guadalupe en la Basílica del mismo nombre.

 

PACHIS ESCRIBIÓ

Corrían los años de 1932, 1933, 1934. En la calle de Dr. Jiménez se había formado una palomilla, que no pandilla ¿eh?, la integraban entre otros Juan García “El Chaparro”, Raúl Rodríguez, Rubén, Carlos y muchos más, nos juntábamos, tocábamos la guitarra e inventábamos canciones. Entre ellos estaba Silverio.

 

Qué bien la pasábamos reunidos con “la palomilla”. No agredíamos, muy por el contrario, servíamos a quien lo requería y ayudábamos a quien lo solicitaba. Un día me encontré a  Silverio en la calle de Dr. Vértiz. Yo  iba rumbo a la escuela y el con sus pantalones baloon con los que se sentía muy a la moda.

 

Me dijo: ¿me permites que te lleve los libros?

 

- Claro, te lo agradezco, le respondí.

- Fíjate que me voy a España, a ver si la suerte me ayuda.

- Te vamos a extrañar Silverio, pero ni hablar, es tu afición y lo único que puedo desearte es que Dios te acompañe y te traiga con bien.

 

Y se fue año de 1935.

 

Año y medio después de haberse ido, regresó Silverio a México,  septiembre de 1936. Un día caminando  por las calles de doctor Balmis, nos volvimos a encontrar.  Me vió. Silverio….me saludó y pensé parece ser Silverio pero.. ¿y si no es?...., bueno, yo también lo saludo y así se produjo el reencuentro ¿o el encuentro?

 

Al día siguiente muy protocolariamente envió un recado con un “cuate” de la palomilla solicitándome una cita. Acepté y nos hicimos novios; ere el mes de diciembre de 1936.
Ya en ese momento los “conocedores” percibían el torero que Silverio llevaba dentro, era como una piedra de mármol a la que había que quitarle lo que le sobraba, como dijo el escultor Henry Moore, para que refulgiera en todo su esplendor.

 

Yo no tenía entonces la menor idea de lo que era la fiesta de toros.  Mis nulos conocimientos se reducían a los pocos periódicos a los que en aquel entonces, tenía yo acceso. Hasta que me dije, yo tengo que saber lo que es un ruedo, los quites, etc. Y fui a la plaza de toros a una novillada en la que por supuesto participaba Silverio, mi emoción no tuvo límites viéndolo partir plaza vestido de seda y oro, me deslumbré y más cuando desplegó el capote y empezó a dar lances  con suavidad de terciopelo. Para mi mayor asombro se brincó un espontaneo en el novillo de Silverio, se puso de rodillas, citó, y el novillo le metió el  pitón por el cuello, sacándolo por entre los maxilares y así lo llevó hasta las tablas. Fue demasiado para mi, presentación y despedida, no volví, ya había visto demasiado. Por supuesto yo seguía paso a paso su desenvolvimiento como novillero. Se le iba dando bien, ganó una Oreja de Plata, andaba con Fermín de tienta en tienta.

 

Muchas tardes nos íbamos Silverio y yo a recorrer calles, y algunas veces,  cuando menos me lo esperaba, llegaba Silverio a visitarme en un carrazo que casi  no cabía en el callejón donde yo vivía: Dr. Zárraga No. 14, por supuesto era de Fermín. En ese tiempo Silverio tenía un “secretario” de nombre Vicente que cobraba cada novillada que él toreaba, en algunas ocasiones me decía Silverio: Tengo muchas ganas de comprarme un coche y yo le instaba, hazlo, lo estás ganando y el “secretario” respondía, no Pachis hasta que tenga en el banco $2,000.00. Nunca los tuvo pero el “secretario” se llevó cuanto pudo.

 

Mi pobrecito Silverio toreaba para beneficio de un vivales. Ahí empecé a darme cuenta en forma incipiente de lo desvalido que se encontraba en el medio en que se desenvolvía. Era muy tímido, viajaba mucho, los medios de transporte en esa época eran muy precarios, se viajaba por ferrocarril, camión o lo que fuera. Imposible torear en la mañana en Laredo y por la noche en Mérida.

 

Cuando estaba en el D.F., Silverio me visitaba todas las noches a las 8.00 en punto. Ocasionalmente me llevaba serenata y me cantaba una canción que dice: “A dónde estará, esa negra consentida, etcétera.” La Negra era yo, así me designaban en mi familia.

 

Así transcurrió el año de 1937 y se inició el de 1938, mediando el año me propuso Silverio: Vámonos casando, ya me convencí de que te quiero mucho y no puedo vivir sin ti. ¡Zas! Respondí  rápidamente, yo estoy igual que tú.  Solo que era necesario que yo lo meditara. Mi padre adorado ya nada más enviaba pensión por mi; mi hermana Consuelo ya se había casado y Enrique, mi hermano empezaba a trabajar y mi madrecita linda e inolvidable se iba a ver en un apuro.

 

Con el ímpetu y la irreflexión propios de la extrema juventud decidimos casarnos a escondidas; que no se enterara mi familia (por aquello de la pensión). Y fijamos una fecha, 18 de junio de 1938. Como yo era menor de edad, Alberto Durán, apoderado de Silverio, me aleccionó. Pachis me dijo, trate de aparentar una mayor edad, 22 años lo mínimo. Dios mío, me dije, como le hago; me vestí lo más seriamente posible, tomé un sombrero de mi hermana Consuelo que tenía velito sobre la cara. Contábamos con la complicidad de Fermín que veía con simpatía nuestra unión matrimonial  y nos fuimos al juzgado, Fermín, Alberto Durán, una amiga de mi mamá llamada Leonor, que iba a ser mi testigo de que mis padres vivían en Baja California. Que no inventa uno para realizar su sueño. De pronto sin esperármelo el juez me sorprendió: ¿En qué día, en que mes y de qué año nació usted?. Empecé a titubear: el 17 de septiembre de 1910. Pachis me dijo Fermín: no, respondí en 1915….,pero  Pacita, así me llamaba Alberto ¡Ah no! en 1918. El señor juez me lanzó una mirada investigadora y tronó su voz acusadora y fulminante: Usted no tiene la edad que dice tener!.... Silverio y yo temblamos, pero estaba con nosotros nada más y nada menos que Armillita, el gran torero; habló con el juez y llegaron a un acuerdo, me supongo que pecuniario y nos casó.  Salimos del juzgado y Fermín nos invitó a celebrar la boda con una copa; nos llevó al restaurante San Angel Inn, que en ese tiempo empezaba, todos, bueno los cuatro tomaron su copa y yo me deleité con un delicioso helado de vainilla. Regresé a mi casa y con toda discreción acomodé el disfraz que había utilizado y nada, como si nada hubiera pasado, el silencio era nuestra consigna; a solas yo disfrutaba el cuento de hadas que había vivido.

 

Al día siguiente, Silverio se fue a Monterrey a torear, donde por cierto le dio un revolcón el novillo, afortunadamente sin consecuencias, Regresó y ni hablar, a enfrentarnos a la realidad y sus efectos. El encargado de dar la noticia a mi madre y mis hermanos fue Alberto Durán. ¡Huy! La que se armó, desde la puerta de entrada donde prudentemente esperábamos Silverio y yo, escuchábamos los gritos y el llanto de mi hermana; mi mamá lo tomó con más serenidad, quería mucho a “Taró” como ella le llamaba. Mi hermano ni opinó, decidió permanecer al margen; por fin entramos cuando nos percatamos de que la tormenta más o menos había pasado. Bueno, nos dijeron, ya lo hicieron y ni modo, es su voluntad pero….., eso sí  tienen que casarse por la Iglesia y pronto.

 

Por supuesto que nosotros también deseábamos hacerlo, de tal forma que auxiliada por una prima hermana mía, monja, la Madre Keller, rápidamente se arregló todo. La boda se efectuaría en la capilla del Sanatorio Español porque el padre Villanueva que la iba a oficiar se encontraba recluido, enfermo. El padre nos citó dos días antes de casarnos para investigar como andábamos de nuestros conocimientos sobre la religión católica a la cual pertenecemos; entre otras preguntas se dirigió a Silverio y lo interrogó: Silverio, ¿Qué es la Santísima Trinidad? Y él, con todo aplomo y seguridad respondió: Pues, la Madre de Cristo. Esta aseveración nos valió que la entrevista se prolongara por cinco horas más.

 

Fermín me regaló el vestido de novia, el mismo que lucí en nuestras bodas de oro; y llegó el anhelado día 24 de junio de 1938. Nuestro padrino de velación; ¡claro! Fermín Espinosa Armillita!  Que seguía con simpatía todas nuestras vicisitudes….

 

Así iniciamos nuestra vida de casados que felizmente se prolongaría 69 años.

 

Durante esos 69 años suceden muchas cosas, muchas experiencias, muchos sinsabores, muchos alejamientos y acercamientos. Los seres humanos estamos hechos de cosas buenas y otras no tan buenas, somos imperfectos y a veces no tan armoniosos lo que sí es cierto en esta pareja formada por Silverio y Pachis es que no sabían, nunca supieron, nunca pudieron vivir separados.

 

Pachis supo ser, más bien, quizo ser y por supuesto lo logró, la compañera que sabía apoyar, entender, comprender, perdonar, apoyar por supuesto criticar y ubicar pero más que nada…., amar y respetar. Era una mujer fuerte, inteligente, culta, bonita, sencilla, tenaz,  que amó a Silverio y a sus hijos, nietos y bisnietos  incondicionalmente. Que formó una familia  unida con un invaluable sentido de respeto y que al final de su camino en este mundo también supo ofrecer sus enormes dolores a Dios para expiación de sus pecados.

 

 

 

Pachis y Silverio tuvieron 6 hijos:

 

1. Silverio casado con Martha Carbonell

Quienes tuvieron tres hijos: Silverio, Alberto, Luis Antonio

 

2. Silvia
Quien tuvo tres hijos: Gregorio Enrique, Sylvia Ma. y José Antonio

 

3. Marcelo casado con Lidia G. Rodriguez  ( fallecida)
Tuvieron tres hijos: Marcelo, Carlos y Marco Antonio

 

4. José Antonio (fallecido)

 

5. Consuelo casada con José Luis Garay
Tuvieron tres hijos: José Luis, José Alejandro y Paula Gabriela

 

6. Ana Laura

 

Los bisnetos que tuvieron oportunidad de disfrutar en vida fueron: Arianne, Aitana y Lyonn.

 

Música de Pachis y Silverio

 

Algunas grabaciones antigüas de Pachis y Silverio cantando:

 

13 de febrero

 

Cariño

 

En alas del olvido

 

Una noche serena y oscura